Fontanarrosa y el asado

En uno de sus cuentos, el escritor Roberto Fontanarrosa imaginó “El cielo de los argentinos”.

Es un cuento que se desarrrolla en el cielo … y como si fuera el patio de una casa en la que un grupo de amigos compartían -para siempre- un asado.

Habrá imaginado el “Negro” Fontanarrosa que años después un Papa, quien debe conducirnos hacia el cielo, surgiría precisamente de ese ambiente parrillero, que todos los argentinos profesamos como una propia religión.

 

1

Detengámonos a leer el cuento: lo subrayado es por nuestra cuenta y para resaltar que todo se desarrollo en un típico

 

“asado argentino” !!!

 

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“el cielo de los argentinos”


-¿Conseguiste?

 

-Conseguí –dijo el Sordo, mostrando las hojas de lechuga que se asomaban del paquete de papel de diario.

 

-¿Buena?

 

-De primera. Mirá. La voy a lavar.

 

-O dásela a Dora –dijo Telmo, mientras acomodaba las brasas, frunciendo la cara frente a un estallido de chispas-. Total…

 

-¿Qué apuro hay? –acordó el Sordo, mientras seguía rumbo a la cocina.

 

-Qué apuro hay… –Telmo dejó el cigarrillo cuidadosamente con el fuego hacia fuera, sobre la mesada donde tenía la carne. Después tomó el vaso de vino blanco y bebió un par de tragos. En ese momento llegaba Hernán.

 

-Traje el vino, campeón –dijo, poniendo un par de botellas sobre la mesa del patio-. El mismo banco de la otra noche.

 

-¿Había? –preguntó Telmo, atisbando como un mecánico especializado entre los carbones.

 

-Sí. Iba a cambiar pero…¿para qué? Este es buenísimo…¿Te acordás?

 

-Sí, el torrontés de la otra noche…

 

-Liviano, fresco…

 

-Podés tomar cualquier cantidad, al otro día te levantás como si nada.

 

-Son vinos buenos… –se ufanó Hernán-. No como aquéllos que tomábamos…

 

-Uhhh…Pensar… Las cosas que nos hemos tomado… Y nos parecían buenos…

 

Hernán se sentó y prendió un cigarrillo, exhaló la primera pitada, relajado.

 

Miró hacia el televisor, encendido, sin sonido, ubicado sobre la mesita con ruedas, en la puerta de uno de los dormitorios, corrido hasta allí para que se viera desde el patio.

 

-¿Ya conectaron? –preguntó.

 

-Sí –dijo Telmo sin mirarlo-. Le saqué el sonido. Así no jode.

 

Se quedaron un instante callados. Desde la cocina llegó una risa compartida.

 

-Esta es la mejor hora –dijo Hernán, casi solemne.

 

Esta hora es la gloria –aprobó Telmo, golpeando con el atizador una brasa rebelde.

 

¿Sabés qué pasa, además, con el vino? Cuando vos andá bien de acá –se señaló la frente con un dedo- nada te cae mal… Cuando vos estás tranquilo despreocupado…

 

-Eso es verdad… Eso es verdad…

 

-Te cae todo bien hermano. Podés comer como una bestia, que después…

 

-Lo asimilás…

 

Volvieron a quedar en silencio.

 

-No estaría mal un salame ¿no? –aventuró Hernán, aburrido.

 

-Decile al Sordo que traiga –Telmo mira bajo la parrilla con la nariz arrugada, atisbando-. ¡Sordo! –gritó, sin dejar que Hernán se levantara-. ¡Traete un salamín, querés!

 

-Voy –se oyó desde adentro. Y el revuelo de las voces de las mujeres que se reían.

 

-Y algo de queso –agregó Hernán, gritando.

 

-Ya trae, ya trae –Telmo tomó un par de tragos de vino y se secó la transpiración con el brazo.

-¿Pan hay? –preguntó Hernán, precavido.

 

-Pero… ¡Cómo no va a haber, mi querido! –fingió enojarse Telmo-. No… No sé si hay pan… Fue a buscar Roque… El Roque fue a buscar…

 

Hernán se puso de pie y tomó las botellas de la mesa.

 

-Las voy a meter en la heladera –anunció.

 

-Mejor metelas en el congelador –aprobó Telmo-. ¿Es blanco, no? Metelas en el congelador. Y abrite una de las que quedaron de la otra noche.

 

Hernán partió hacia adentro.

 

-Oíme … –lo detuvo Telmo-. ¿Te parece que ponga el resto de la merca?

 

Hernán frunció los labios, pensativo.

 

-¿Cuántos somos? –consultó-. Yo creo que con eso está bien…

 

-Tengo todo este vacío–señaló Telmo hacia la mesada.

 

-Yo creo que con esto está bien, Telmo… Es una barbaridad…

 

-¿Y viste lo que es este jamón redondo? Es merca de primera.

 

-No pongás el vacío. Si va a sobrar… Las mujeres comen poco…

 

-Pero ellas van a comer adentro, Hernán… Así no rompen las bolas durante el partido.

 

-Ah… Eso es bueno.

 

-No sé qué carajo van a ver en el otro televisor… Creo que sacaron una porno.

 

-No lo pongás, Telmo. Con eso hay de sobra.

 

-Por ahí lo pongo… Según como venga la mano… Mirá que el Roque morfa. ¿Eh? A ése no lo arregás así nomás.

 

-¡Bueno, como vos quieras…

 

-Total, si sobra… –dijo Telmo- al vacío lo podés comer al día siguiente, frío, que es riquísimo. Yo no sé si no es más rico frío, mirá lo que te digo

 

-¡Eh! –asintió Hernán, yéndose-. Le sacás la grasa- hizo un gesto con la mano, horizontal, rebanando algo-. Y lo comés con pan…

 

-Mayonesa…

 

-Acá está el pan, acá está el pan, mi viejo… ¿qué andan protestando? –los dos se dieron vuelta ante el vozarrón de Roque, que tiró un paquete de pan sobre la mesa-. ¿Qué le pasa a ese televisor? –preguntó después, inquieto-. No me digas que se le fue el sonido…

 

-No lo toqués, no lo toqués que vos lo que tocás lo hacer cagar –dijo el Sordo, llegando con la picada-. Telmo le sacó el sonido para que no rompa las bolas…

 

-¿Y a vos no se te podría sacar un poco el sonido, digo yo? –preguntó el Roque-. Un rato, para que no hablés tanto al pedo. Una idea ¿no?… ¿Preparaste el salame? ¿trajiste el vermouth? ¿No ves que no servís ni para tirar flit, vos, sordo puto?

 

-Te lo traigo ahora pero después no me vengás a romper las bolas durante el partido porque…

 

-¡Ah! –dijo el Roque de repente, desinteresándose de su amable diálogo con el Sordo-. Hay que poner un plato más en la mesa…

 

Telmo, Hernán que volvía y el Sordo lo miraron.

 

-¿Quién viene?

 

-El Pepe.

 

-¿El Pepe? –exclamaron todos al unísono.

 

-El Pepe, en persona…

 

-El Pepe… ¡Qué raro! –se ensombreció la cara de Telmo.

 

-Pero…Si estaba bien.

 

-Roque se encogió de hombros y se metió en al boca un pedazo enorme de pan con salame.

 

-¿No lo habías visto vos, antes de venirte, y estaba bien? –le preguntó Telmo a Hernán.

 

-Sí. Pero hace ya como tres meses, no te olvidés…

 

-Sí, pero…

 

-¿Algún accidente? –preguntó el Sordo.

 

El Roque se volvió a encoger de hombros.

 

-No sé, Sordo… Yo te digo lo que me dijeron…

 

-¿Quién te dijo?

 

-En la puerta de entrada… Ya debe estar viniendo para acá…

 

-Mirá vos… –Hernán se rascó una mejilla, pensativo-. Pero… ¿el Pepe andaba mal del bobo o una cosa de esas? Nunca me…

 

-¿Qué se yo, Hernán? –casi se enojó el Roque, con la boca llena-. No es necesario andar mal del bobo ¿no? Mirá yo… Estaba fantástico también… ¿Y?

 

-Bué… –suspiró Telmo, volviendo su atención a la parrilla-. Será bienvenido.

 

-¿Acaso no te alegra que venga el Pepe? –preguntó Roque.

 

-¡Nooo! ¡Por favor! –se ofendió Hernán-. Encantado de que venga Pepe. ¿Cómo no voy a tener ganas de verlo? Por favor, me cago de gusto… no interpretés mal, Roque… Te digo, nomás…

 

-Por eso.

 

-¿Sabés qué? Hacemos la fiesta completa con Pepe…

 

-Además, es futbolero… –agregó Telmo, enjugándose una gota de sudor que le irritaba el ojo-. No va a venir a rompernos las bolas con que quiere ver ballet… o un concierto.

 

-Como nos pasó con Parola.

 

-¿Qué Parola?

 

-El guitarrista del negro Acuña, que lo invitamos una vez a comer un asado y rompió las bolas porque no le gustaba el fútbol.

 

-Y… –abrió los brazos, el Sordo-. Yo lo conocí de allá y no sabía.

 

-Con el Pepe, no.

 

Sonó el timbre.

-¡Ahí está! –saltaron los tres al unísono.

 

En efecto, era Pepe. Entró un poco cortado, tímido quizá, pese a la confianza. Como confundido. Hubo abrazos, palmadas, hasta alguna lágrima. Le acercaron una silla, le pusieron un vaso de vino en la mano, le ofrecieron salame, queso, pan y hasta unos pimientos en vinagre que había traído Angelita.

 

-Llegás justo, Pepín –le dijo Telmo, volviendo a su reducto junto al fuego.

 

¿agregaste el vacío? –se preocupó Hernán.

 

-Llegaste justo porque… –Telmo miró a Hernán-. Sí, lo agregué –tranquilizó-. Porque ahora tenemos Penarol y River.

 

-¿Penarlo y River? –preguntó Pepe, aún un poco ido, como absorto, mirando hacia todas partes, ubicándose.

 

-Claro, papá –dijo Roque, sin dejar de comer-. Y mañana tenemos el Bayern y Manchester United… Y pasado… ¿Pasado qué teníamos?

 

-Box –gritó el Sordo desde adentro-. La pelea por el título.

 

-La pelea por el título –sonrió Roque ufano-. Los medianos welters.

 

-El negro que ganó las otras noches y… No sé qué otro… Un nigeriano…

 

-Y así todas las noches. Todas –informó Roque-. No hay una sola en que no tengamos nada para ver.

 

-Y…Acá se agarra todo –dijo Hernán, que también se había sentado y estaba descorchando el blanco.

 

-Che Pepe, Pepín… –sonrió Telmo-. Y de pedo no te encontraste con el Charro…

 

-¿Qué Charro?

 

-El Charro Moreno. Le habíamos dicho que viniera a comer, y a ver el partido.

 

-¿El Charro Moreno? –se asombró Pepe-. ¿El de River?

 

-Y claro, papá…El otro día vino Angelito.

 

-¿Qué Angelito? ¿Labruna?

 

-Sí. Vino a ver… vino a ver… –dudó Telmo-. No sé qué partido vino a ver.

 

-Con el que nos cagamos de risa fue con Fidel –dijo Hernán-. Con Fidel Pintos.

 

-¿Fidel Pintos?¿Estuvo acá? –el Pepe no lo podía creer.

 

-Sentado ahí mismo donde estás sentado vos –aportó el Sordo-. Un fenómeno…

 

-¿Sabés a quién quiero traer yo? –dijo Hernán-. Digo… Algún día…

 

-¿A quién?

 

-A Carlitos…

 

-¡Ah! –se golpeó las palmas de las manos, Roque-. Mirá qué joda.

 

-Y que cante –siguió Hernán.

 

-¿Yo también quiero que venga, boludo! –dijo el Roque. Telmo se reía-. Mirá qué piola que sos. Todos. Pero no tiene ni una fecha libre el quía. Si todo el mundo lo invita.

 

-¿Carlitos? –los miró Pepe-. ¿Está acá?

 

-Todos están acá, querido –dijo Roque-. Acá te los podés encontrar a todos. A todos. El otro día vino un sobrino de Irigoyen.

 

-No… Pero yo a Carlitos lo quiero traer… –insistió Hernán, como atrapado por una ensoñación.

 

-Ya va a venir. Ya va a venir –consoló Telmo-. Hay que agarrarlo con tiempo.

 

-Por otra parte , no es de hacerse el estrecho.

 

-¡Para nada! ¡Le gustan estas cosas! Y el fútbol le cabe…

 

-Hincha de Racing, además.

 

-Y los burros. Los burros más todavía.

 

-Por él soy capaz hasta de ver una carrera, te digo.

 

-A la que me gustaría traer es a la rubia… –dijo el Sordo-. La Marilyn…

 

-¿está acá? –preguntó Pepe.

 

-Y sigue buena –asintió el Sordo, con la cabeza-. Aunque sea para mirarla…

 

-Con esa mina te caga el idioma, Sordo –dijo Roque-. Como cuando vino el Fred Astaire…

 

-Para mirarla nomás, te digo, Roque.

 

-Después se arma quilombo con las mujeres.

 

-¿vino Fred Astaire? –el Pepe los miraba procurando detectar una broma colectiva.

 

-Pero a pedir una escoba. Pasa siempre –dijo Hernán.

 

-Baila con la escoba, Hernán –puntualizó Roque-. No te creas que es para barrer.

 

-Che Pepe… –Telmo se acercó hasta la mesa, se secó la transpiración con un repasador y empezó a pelar minuciosamente un pedazo de salame-. ¿Llegaste bien?

 

-Sí.

 

-¿Quién te recibió?

 

-No sé…Un pelado, de barba…

 

-¡Pedro! ¡Pedrito viejo nomás!

 

-¡Grande Pedro! –apretó un puño , Roque-. “costita”, le decimos…

 

-¿”Costita”? –Pepe lo miró. NO podía abandonar su tono melancólico.

 

-“Costita” –dijo el Sordo-. ¿Te acordás de Costa, ése que controlaba la entrada en “Mombasa”, que decía “éste sí, éste no”? ¡”Mombasa”, el boliche bailable!

 

-¡Ah, sí! –Esbozó Pepe una sonrisa triste-. Sí…

 

-“Costita” –se rió Hernán.

 

-Pepe… –requirió su atención Telmo-. Pedrito… –y le hizo un gesto de comer algo, con la punta de los dedos, unidos, hacia la boca.

 

-¿Medio manyún el pelado? –sonrió Pepe.

 

-Trolo. Dicen… –no se comprometió el Sordo.

 

-Estos hijos de puta… –Roque se reía-. Lo ven educado al hombre…

 

-Reputo, Pepe –afirmó Telmo, desde la parrilla. Se rieron.

 

-Che… –dijo el Sordo-. Pero… ¿te trató bien?

 

-Muy bien. Muy bien.

 

-¿No te manoteó el bulto? –preguntó Roque levantándose y caminando hacia el televisor.

 

-A los tipos los trata bien, querido –acotó Hernán-. A las minas, ni bola.

 

-No. Muy bien. Muy bien –insistió Pepe, respetuoso.

 

-No –dijo Telmo-. Nosotros jodemos, pero es macanudo el pelado.

 

-Macanudo.

 

-Y además –se puso serio Roque-. Incorruptible.

 

-Eso sí.

 

-Che –alertó Roque, que había elevado un poco el sonido del televisor- ¡Ya empezó!

 

Telmo se dio vuelta hacia el aparato.

 

-No, gil –dijo-. Esos son los goles del otro día. Los están repitiendo.

 

-Todavía falta como media hora –calculó Hernán mirando su reloj.

 

-¿Este es el partido por la Copa? –Pepe señalaba el televisor.

 

-Y claro, querido…

 

-Ah claro… Yo leí allá antes de venir…

 

-Por supuesto. Lo pasan en simultáneo.

 

-¡Si no vas a extrañar ni un carajo! –Roque palmeó a Pepe en la espalda, volviendo a sentarse.

 

-Che –Pepe perdió su vista en un punto lejano-. Y a los otros, a los capos…¿no ven a ninguno?

 

-¿vos decís además de Pedro?

 

-Sí.

 

-no. A nadie. Al menos desde que estoy yo por acá no apareció ninguno –dijo el Sordo.

 

-no rompen las bolas para nada –agregó Hernán-. Telmo se puso de pie y caminó hasta la parrilla, elevando la voz-. Y mirá que yo hace ya diez años que estoy acá, pero…para nada.

 

-¿Ni siquiera él…? –Pepe se pasó la mano izquierda por el mentón, hacia abajo, como quien estuviera alisando una larga barba. Hernán y el Sordo negaron con la cabeza, pero ahora serios, como si les pesara el tema.

 

-Siempre tranquilo, Pepe –dijo Hernán.

 

-Sale Peñarol –anunció el Roque, que no perdía de vista el televisor.

 

-Che –Telmo reclamó la atención-. Ya tengo los chorizos.

 

Hernán se paró y corrió algunas cosas de la mesa, haciendo lugar.

 

-Le digo a Tere que traiga los platos –propuso.

 

-No… –desestimó Telmo-. Poné un plato nomás. Lo ponemos cortadito y picamos…

 

-Eso. Mientras vemos el primer tiempo.

 

-¿está Tere también? –preguntó Pepe, algo demudado.

 

-Es… No se puede mirar el partido y comer al mismo tiempo –dictaminó Hernán, muy serio.

 

Y la tira la voy llevando despacito, así la comemos en el entretiempo –dijo Telmo.

 

-Che Hernán… –Pepe procuró que alguien le hiciera caso-. ¿Está Tere acá?

 

-Claro. Y Dora también.

 

Distribuyeron algún plato, los vasos, el Sordo trajo los cubiertos y no se dieron cuenta de que Pepe estaba lagrimeando.

 

-Ehhh –se percató, de pronto, el Sordo-. ¿Qué pasa, varón? –Hernán miró a Pepe y se acercó a apoyarle una mano en el hombro.

 

-Nada –suspiró Pepe, aspirando hondo.

 

-¡Te acostumbrás enseguida! –Telmo, que se había dado cuenta de lo que pasaba, gritó desde la parrilla.

-A lo bueno uno se acostumbra rápido, Pepe. Ya vas a ver –lo palmeó Hernán.

 

-Sale River, anunció Roque.

 

-Es que… –un tanto avergonzado, Pepe trataba de recomponerse-. Me acuerdo de la Gallega… de los chicos…

 

-¿Cómo quedó la Gallega? ¿Bien? –dijo el Sordo. Pepe aprobó con la cabeza, aún confuso.

 

-No te calentés, Pepe –le sirvió otro vaso de vino, Hernán-. Por ahí, en un par de meses, la tenés por acá –el Sordo y el Roque lo miraron como para matarlo-. Digo… –vaciló Hernán- …tarde o temprano la vas a tener por acá. Y después, para siempre…

 

-Mirá yo –dijo Roque-. Yo vine antes que Clarita.

 

-Pero… qué se yo… –Pepe meneaba la cabeza, con los ojos enrojecidos-. Los chicos… Vos no sabés cómo están las cosas allá…

 

-Ni nos contés cómo están las cosas allá –se rió, tratando de distender el momento, Roque-. No me quiero ni enterar. Otro día nos decís.

 

-Además tus pibes ya deben tener como 35 años ¿no?

 

-Ya era hora de que les dejaras de romper las pelotas –se rió Telmo. Pepe también se sonrió. Esto animó al Sordo.

 

-Tomá Pepe. Abrite la botella –le alcanzó. Pepe tomó el destapador y ese mínimo gesto pareció iniciar su real integración al grupo y al lugar.

 

-Acá están los sochoris–anunció, llegando casi al trote, Telmo.

 

-Vení, Telmo, sentate –pidió Hernán.

 

-Hacete amigo.

 

-Che –dijo Pepe, girando el destapador-. ¿Salchichitas criollas no tenemos?

 

Hernán se rió y lo palmeó fuerte en la espalda.

 

-¡Ya le gustó! –gritaba-. ¡Ya le gustó al cabezón! ¡Recién estaba hecho mierda y ahora está pidiendo salchichita criolla!

 

-Cabezón hijo de puta… ¡Recién llegás y ya empezás con las exigencias! –se reía Telmo-. No. No tenemos… A estos boludos no les gusta.

 

-Además –reconsideró Pepe, poniendo la botella sobre la mesa-. Me había olvidado de que a mi me cae para la mierda.

 

-Olvidate de eso, Pepe –aconsejó Roque-. Ya pasaste por ésa. Acá es distinto cabezón.

 

-Pero… Oíme Pepe –el Sordo se acodó en la mesa en tanto, de reojo, comprobaba si la iniciación del partido le daba tiempo para iniciar un tema-. ¿Yo me equivovo o vos estabas bien? De salud, digo… Vos estabas de puta madre, -Pepe osciló la cabeza de un lado al otro mientras masticaba, dando a entender que no podía hablar con la boca llena. Lo esperaron en silencio.

 

-Estaba –alcanzó a decir, con los labios entrecerrados. Después chasqueó un par de veces los labios y manoteó una servilleta de papel-. Estaba… –repitió, ya liberado del bocado-. Pero… vos no sabés lo que me pasó con el Emilio…

 

-¿Qué Emilio? ¿Tu socio?

 

-¡Emilio! –recordó, jubiloso, el Sordo.

 

-Sí –lo abarajó en el aire, Pepe-. No sabés cómo me cagó ese hijo de puta…

 

-¡no me digas?

 

-Me recagó…

 

-¿Emilio?

 

-Siempre fue medio cagador el Emilio –acotó Roque.

 

-Cagador y la fuga –completó Hernán.

 

-¿Sí? –se asombró el Sordo.

 

-¿No te acordás del quilombo que tuvo con el primo… –preguntó Roque- que le puso la chatita a su nombre y y…?

 

-Es que yo lo conozco nada más que de jugar al fútbol –se disculpó el Sordo-. Y…

 

-Ah… –reconoció Hernán-. Para la joda, macanudo… Pero no pongás un sope de por medio porque…

 

-Y… ¿qué pasó? –Telmo apuró a Pepe.

 

-Me hizo meter guita para comprar unas chapas. Mucha guita… Me hizo endeudar hasta la manija. Me dijo que era un negocio redondo. Que él había tocado a un par de puntos en la Gobernación…

 

-Siempre con esos negocios el Emilio…

 

-Y después resultó que no había comprado un carajo. Que todo estaba firmado por mi… El se hizo humo, desapareció de la casa… Tuve que vender el negocio, el Citröen… -Pepe parpadeó varias veces, como si estuviera por volver a llorar-. ¿Para qué te voy a contar? Hasta último momento me bicicleteó de que todo estaba controlado, que había adornado a un oficial de justicia… Bueno… –todos escuchaban en silencio-. Llegó un momento en que el bobo no me aguantó más…

 

-¿Podés creer vos?

 

-¿Fue eso, entonces?

 

-Porque vos estabas bien –irrumpió, enérgico, Hernán-. ¿Habías tenido algún anuncio, algo?

 

-Nada. Diez puntos estaba…

 

-Pero mirá qué hijo de puta el Emilio –dijo Roque.

 

-Nunca me gustó ese tipo –agregó Telmo.

 

-Pero ¡te cuento! –se animó de improviso, Pepe-. Cuando salía para acá me enteré que había tenido un accidente…

 

-¿Un accidente?

 

-Con el auto… En Concordia, por ahí… Se estroló con el auto y se hizo mierda.

 

-¿Se mató?

 

-Decían que sí –Pepe se encogió de hombros-. Pero no me preocupé mucho en averiguarlo. Además, yo ya estaba viniéndome para acá. A mi ya me había cagado.

 

-Poné otro cubierto –musitó Roque.

 

-¡No! –Telmo se reía-. ¡Tené la seguridad que ese por aquí no aparece! ¡Ese tiene otro destino, no acá!

 

-¡No! –el Sordo, sarcástico, acompañó en la risa-. Empecemos a comer tranquilos que ése no viene. No lo vayamos a andar esperando.

 

-¡Che! –simuló enojarse Telmo, mirando el televisor-. ¡Cuándo carajo empieza ese partido?

 

-Están controlando los arcos –asesoró Roque, que nunca había dejado de vigilar la pantalla-. Hay gente adentro de la cancha. El referí no quiere empezar el partido. Quiere que la policía saque la gente…

 

-¡Lo que hay que sacar es la policía! ¡Sabés qué?

 

-Pero… Ya larga. Ya larga…

 

Sonó el timbre. Se miraron entre ellos.

 

-¿Quién carajo puede ser ahora?

 

-¡Justo que empieza el partido!

 

-¡Emilio! –abrió mucho los ojos Hernán, tratando de adivinar.

 

-El Charro… ¿No iba avenir el Charro? –se ilusionó el Sordo.

 

-No… Dijo que no podía –Telmo caminó decidido hacia la puerta. Hernán había acertado. Era Emilio. Ante el silencio general entró, tímido, con una sonrisa helada y triste.

 

-¡Muchachos! –se alegró casi infantilmente. Pero pocos le respondieron. Hubo alguna palmada amistosa, un “Qué hacés, Emilio” nada enfático. Todos miraron a Pepe, que permanecía sentado, un gesto un tanto duro en la cara. Emilio vio a Pepe y se acercó a saludarlo, pero se paró en medio del patio antes de llegar, frente a la actitud fría de su ex socio.

 

-Tenemos que hablar, Pepe –se disculpó-. Te juro que vos me interpretaste mal… –los demás miraban en silencio-. Vos no sabés lo que me jodió enterarme de lo tuyo… Me hizo mierda… Te digo más… Cómo tendría la cabeza con tu noticia que me hice bolsa con el auto ¿te enteraste? –miró a todos-. ¿Se enteraron?

 

-Nos dijo Pepe…

 

-Mirá cómo me habrá hecho de mal. No sabés cuántas noches hacía que no dormía porque yo te metí en esto… De total buena voluntad, Pepe…

 

Roque pegó una ojeada hacia el televisor. El árbitro se acercaba, balón entre las manos, prometedoramente, hacia el centro del campo.

 

-Che –pidió Roque-. ¿Por qué no hablan de esto después? Entre ustedes…

 

-No… Lo que pasa… –Emilio, con cara compungida, se puso una mano sobre el pecho-. Es que yo le quiero explicar, porque…

 

-Está bien, está bien –dijo Telmo-. Tenés razón… Pero acá ya paso todo, querido… Discutir es al pedo. Otro día, más tranquilos, lo conversan entre ustedes y se explican todo… ¿no es así, Pepe?

 

Pepe despidió por la boca un torrente de humo de cigarrillo. No parecía muy convencido.

 

-Total –se anotó el Sordo-. Acá ya no van a resolver nada. Lo que pasó, pasó.

 

-Está bien –Emilio se acercó una silla-. Si ustedes lo…

 

-Tomate un vino –le sirvió Hernán.

 

-Ahora… eso sí… –el Roque, ya ubicado de frente al televisor, las manos en la nuca, dando espaldas a la mesa, le habló a Emilio-.

 

Algún día nos explicás cómo mierda hiciste para que dejaran entrar acá. Porque…después de lo que hiciste…

 

-Con el pedigré tuyo, querido –lo del Sordo tampoco sonó demasiado agresivo.

 

-¿Viste el flaco, el de la entrada? –preguntó Emilio.

 

-¿Pedro?

 

-Ese… Le puse unos mangos.

 

Todos se dieron vuelta para mirarlo.

 

-Le tiré unas rupias –Emilio se encogió de hombros, disculpándose por la picardía-. Si no, acá, no pasa nada… ¡Si lo hacen todos! No voy a ser yo el único gil que…

 

-¡Ya estamos! ¡Ya estamos! –se revolvió, nervioso, acomodándose en la silla el Roque, observando al referí que levantaba su mano consultando a los lejanos arqueros.

 

-Ya estamos –dijo Telmo, sentándose también.

 

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más sobre el genial Fontanarrosa, hacer clik acá:

http://www.negrofontanarrosa.com/

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